Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Mateo 5:7
Jesús nos enseñó que la misericordia es un distintivo del verdadero seguidor de Dios. En un mundo donde muchas veces se premia la justicia sin gracia y el juicio sin amor, el llamado del Reino es claro: ser misericordiosos.
La misericordia no es solo sentir compasión; es actuar con amor y perdón hacia aquellos que nos han ofendido o que necesitan nuestra ayuda. No es una opción, sino un mandato divino. En Mateo 23:23, Jesús reprendió a los fariseos por enfocarse en las reglas externas mientras descuidaban lo más importante: la justicia, la misericordia y la fe.
En nuestra vida diaria, podemos practicar la misericordia al no condenar a los demás, al dar una segunda oportunidad a quien nos ha fallado y al servir a los necesitados sin esperar nada a cambio. Dios nos ha mostrado misericordia al darnos perdón y gracia a pesar de nuestros errores, y nos llama a reflejar ese mismo amor hacia los demás.
Cuando mostramos misericordia, también la recibimos. Dios se agrada de aquellos que eligen el camino del amor sobre el del juicio. Como Jesús le dijo a la mujer sorprendida en adulterio: "Ni yo te condeno; vete y no peques más" (Juan 8:11).Si el único sin pecado decidió amar y restaurar en vez de destruir, ¿cuánto más nosotros, que hemos recibido su gracia?
Señor, gracias por tu misericordia infinita. Enséñame a ver a los demás con tus ojos de amor y a responder con gracia en lugar de juicio. Ayúdame a ser un reflejo de tu corazón compasivo en este mundo. Amén.
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